4/28/2014

El vivo: El inconforme.


Agh, renegué con un quejido ya común cuando algo no te sale bien. Luego recordé, que en últimas, todo se me estaba dando. Y a la vida no se le puede pedir sin darle un poco. Sin perder un poco. Para ganar, hay que perder. Y hay que entender que aquellos que parecen y se sienten como huecos, en el estómago… no son huecos, sino espacios para cosas nuevas. Nuevas personas, nuevos sentimientos, nuevas experiencias.

Sí, me quejé mucho. Pero si uno se queja es síntoma de que uno está vivo, y no hay vivo satisfecho, porque al fin y al cabo, es esa inconformidad lo que hace que nos movamos. En cambio, estaríamos muertos. O peor aún: Estacionados en una, valga la redundancia, cómoda zona de confort. Jamás he preferido la comodidad. Cinco pares de tacones en mi armario, lo demuestran. Si uno quiere más de la vida, tiene que exigírselo, pero no basta con ello, hay que sacrificarse. No hablo de ser mártires, ni luchadores; esta carreta entusiasta siempre me ha parecido idealista. Se tiene que estar dispuesto a perder, sentirse mal, pasar malas rachas en el amor, el sexo, o el trabajo. Solo cuando uno se conoce en sus peores días, es que se reconoce. Y está condenado, gracias a al cielo, (o el infierno, según el caso) a reinventarse, y a vivir. Si, suene como suene, uno tiene que sentirse putamente mal, para acordarse de que está vivo.


Mejor dicho: Agh, que chimba.




MªL

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